PRESENTACIÓN

LAS PENAS CON HUMOR SON MENOS PENAS

Este es el blog suboficial de PENURIAS EXQUISITAS, mi primera novela. Pero, sobre todo, es un espacio dedicado a la literatura de humor en el sentido más amplio de la expresión. Si un relato entretiene a quien lo lee y le ayuda a olvidarse de sus problemas por unos instantes, bienvenido sea. Aunque en el texto no se realice un alarde estilístico o se haga una brillante reflexión filosófica o futbolística. Como diría un albañil: cuanto más divertida sea una obra, mejor. En palabras de Mariano, el protagonista de esta novela, "Si, además de entretener al sujeto lector, se provoca su hilaridad, se cobran dos volátiles de una detonación."


lunes, 25 de marzo de 2013

CONSUMO GUSTO

                                 
      El sábado pasado acudí por primera vez al mercado. Las circunstancias de la vida –por fin he aprobado la oposición a barrendero que llevaba estudiando desde que acabé el bachillerato- y la insistencia de mis progenitores me han hecho volar prematuramente del nido paterno a la tierna edad de cuarenta y dos años. Pasados unos días del traumático desahucio, se me terminaron los víveres sustraídos a mis viejos y traídos a mi nuevo apartamento de alquiler. Seguí los consejos de mi madre y, la tarde del viernes, adquirí el carrito de la compra más grande que tenían en el chino del barrio y elaboré una detallada lista de todo lo que necesitaba. Y, a las diez de la mañana del sábado, cogí mi carro nuevo y salí a la calle dispuesto a descubrir el fascinante mundo del consumo de proximidad.
     Llegué al raído edificio del mercado, subí la rampa de la entrada y accedí al interior de la inmensa nave. Por un instante creí hallarse dentro de un gallinero, y no porque el primer puesto que me topé fuera una pollería-huevería, sino por los estridentes cacareos que constituían el sonido ambiente. Comencé mi expedición consumista en aquella misma parada, que estaba regentada por una exuberante rubia de bote que llevaba un escote auténtico y muy generoso. Mientras esperaba a que sirviera a otra clienta,  me fui calentando por la visión de la pechugona y me puse a sudar como un pollo en una sauna avícola. Cuando la dependienta se inclinó hacia mí para entregarme la docena de huevos que le pedí, un temblor de mil pares de cojones se apoderó de mi cuerpo y no me atreví a coger los huevos por temor a hacerlos tortilla. Todavía estaríamos allí si no me hubiese ayudado otra clienta que agarró mis huevos con decisión y los depositó en el carrito de la compra. A continuación, y aunque no lo había apuntado en mi lista, decidí adquirir también otra docenita, esta vez de pechugas, decisión basada en la calidad del género que mostraba la abertura de la blusa de la dependienta. Esta vez soporté con entereza la tentadora visión cuando me hizo la entrega del pedido gracias a la colaboración de la otra clienta que, al ver que seguía abducido por la atractiva personalidad de la rubia, soltó en voz alta: “Será pavo…”, a lo que yo repliqué sin dejar de mirar los pechos de  la huevera: “¡ No importa. Sea carne de pavo o de pollo, me gustan las dos !” Y sin más incidentes, pagué mi compra y abandoné la pollería hecho un gallito. Era un comienzo prometedor.

lunes, 4 de marzo de 2013

COREOGRAFÍA DE UNA VIRILIDAD INCIERTA


                                         
     Me crié entre las faldas de mi madre. Mi educación quedó por completo en sus manos tras la prematura muerte de mi progenitor. Mientras mis compañeros de colegio jugaban a fútbol y probaban sus fuerzas en  peleas, yo me ejercitaba en el ballet clásico o acompañaba a mi madre a recitales poéticos. Así que no fui consciente de que mi hombría no era convencional hasta que abandoné el nido familiar para incorporarme al servicio militar. Nunca olvidaré los gritos despiadados de aquel sargento chusquero durante mi instrucción : ”Gutiérrez...A ver si damos pasos de hombre que pareces una bailarina rusa... Nenaza.” Las palabras del suboficial me despertaron de mi afeminado sueño materno a la vez que despertaban las masculinas risas de los otros reclutas. Fue entonces cuando comencé a despejar las dudas sobre mi virilidad.
     Comencé a reciclarme. Cambié mi forma de andar. Cada día me colocaba varios pares de calzoncillos hasta que su volumen hacía imposible un mínimo cruce de las piernas que se movían paralelas entre sí como cualquier varón. Ya me estaba acostumbrando cuando comenzaron las primeras calores, con el roce se me irritó la entrepierna y pasé el verano caminando como John Wayne. También prescindí de las mascarillas nutritivas para mi rostro. Cada noche me encerraba en un váter y durante media hora cubría mi rostro de rodajas de pepino. Me excusaba ante mis compañeros diciendo que sufría estreñimiento. Después de cada sesión tiraba los restos pringosos del pepino por la ventana, donde eran devorados por la cabra que era la mascota de nuestro regimiento. Tras unas  semanas de tratamiento, el animal sufrió una descomposición crónica que estuvo a punto de acabar con su vida y el capitán amenazó con pasar por las armas al autor del envenenamiento.
     Abandoné el uso del desodorante. Animado por las reprimendas del sargento que, dotado de un apéndice olfativo excepcional, pasaba revista de axilas al terminar los ejercicios para comprobar el grado de entrega de los soldados. Yo acababa exhausto en cada sesión, pero el sargento no dejaba de amonestarme a voces delante de mis compañeros: "No te esfuerzas Gutiérrez, hueles como un bebé.” Desistí en mi cruzada contra los malos olores. Había comprado dos ambientadores. Uno lo dejé en la pequeña estancia donde dormía con otros tres soldados, escondido debajo de mi litera. Una mañana que me encontraba resfriado, regresé al barracón vacío y sorprendí a la mascota del regimiento cuando devoraba el artilugio atraída  por su color verde y el olor a lavanda fresca. El otro ambientador lo coloqué en el interior del carro de combate que conducía, escondido bajo el asiento. El teniente, alarmado por el extraño tufo que desprendía el tanque, me ordenó llevarlo a los talleres para que le realizaran una revisión completa y  me arrestó por no informar de la avería.